Durante una revuelta el gobernador y su esposa deben abandonar el palacio para salvar la vida y, en la prisa, abandonan al niño. Una joven sirvienta del palacio, se apiada del pequeño y se hace cargo de él. Con muchos sacrificios lo lleva a una aldea vecina y allí lo cría y lo cuida como si fuera suyo.
La misma revolución convierte a Azdak, un borracho y pendenciero, en juez, y sus sentencias favorecen siempre a los pobres y desgraciados. Ante él comparecen un día Gruche y la esposa del gobernador, alegando ambas ser la verdadera madre del niño. Azdak no sabe la verdad y las somete a la Prueba del círculo de Tiza, para dar su veredicto.
¿Qué debe hacer el común de la gente para sobrevivir y conservar su sentido de lo humano en medio de convulsiones políticas y sociales? Y, sobre todo, ¿cómo conservar la bondad en medio de la crueldad circundante? Ya no nos basta comprender el mundo. Eso es apenas una condición imprescindible para poder modificarlo. ¿Puede el teatro contribuir a modificarlo? Esa obsesión recorre toda la práctica teatral de Brecht.
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